Acerca de la distinción derecha izquierda.
A casi veinte años de la disolución de la Unión Soviética y la derrota electoral sandinista -que marcaron el inicio del repliegue de las fuerzas de cambio social en la región y en el mundo-, podemos sacar algunas conclusiones y perspectivas.
Si bien la hegemonía neoliberal que le sucedió parece haber retrocedido en los últimos años, todavía no se termina de plasmar un nuevo proyecto histórico que juegue en el imaginario colectivo como lo hizo el socialismo, con todas sus variantes (de la mas revolucionaria a la mas reformista). Sabemos que no hubo fin de la historia, ni muerte de de las ideologías; sin embargo nada será como antes, porque los sujetos y la sociedad que pretendemos transformar han cambiado.
Por lo tanto para cualquier análisis de la centro izquierda no se deben pasar por alto estos cambios, y enmarcarlos en una crisis de identidad y de organización de la izquierda en su conjunto.
Lo primero que habría que repensar es si la distinción derecha / izquierda tiene sentido hoy. Son muchas las voces que afirman (incluso desde el pseudo progresismo) que no tiene mas significado, que la gente no piensa en esos términos el voto, ni se alinea así políticamente. Frente a esto hay un pensamiento de Bobbio que dice que cuando alguien le comenta que ya no hay diferencia entre la izquierda y la derecha, él le contesta que aunque no se de cuenta ese es un pensamiento de derecha.
No se puede negar la diferencia de valores que identifican a uno y otro espacio político. La izquierda apuesta a la solidaridad, la derecha al individualismo y la competencia; la izquierda pelea por la libertad, la derecha por el orden; la izquierda busca el pluralismo y la justicia, la derecha la naturalización de un orden injusto. Pero sin duda el valor que más identifica a la izquierda es la igualdad. Igualdad política, pero también igualdad en cuanto al acceso de los recursos sociales, económicos y culturales.
Izquierdas.
Son múltiples las etiquetas que existen para definirse dentro de este amplio espacio político. Por ello es que sería más correcto hablar de “izquierdas” en plural.
Tenemos a lo progresistas, nacionales y populares, socialdemócratas, centroizquierdistas, revolucionarios, reformistas, etc.; cada uno con su modelo de construcción de un nuevo orden social, con sus referencias históricas (soviética, maoísta, guevarista, etc.), su vía de acceso al poder (guerrilla urbana o rural, insurrección de masas, vía electoral, etc.), un sujeto histórico y análisis de correlación de clases pertinente.
A esta izquierda más tradicional, se le suma como resultado del balance de la experiencia de los socialismos reales, el surgimiento de una nueva izquierda vinculada a los movimientos sociales que defienden o afirman los derechos e identidades de minorías; actuando y combinando el espacio local, nacional y global. Tiene su expresión en nuevos desarrollos teóricos de nuevas y viejas discusiones en los que se destacan autores como Hart, Negri, Holloway, Zizek, Badiu, Rancier, Laclau, etc.
Paralelo a esto se registró un corrimiento de los partidos populares tradicionales latinoamericanos y los identificados con la socialdemocracia europea hacia el centro.
Comentario aparte merece la ola de gobiernos latinoamericanos que si bien son difíciles de etiquetar por su heterogeneidad y contradicciones, podríamos llamarlos “no neoliberales”, que han mostrado en mayor o menor medida su voluntad de mejorar los índices sociales, sin embargo todavía ese parece un hueso muy duro de roer.
Capitalismo Vs. Democracia.
La izquierda se ha incorporado a las reglas de juego democráticas en el mundo, valorando la democracia formal. Pero hay quienes creen que el precio que tenemos que pagar por ello es el de renunciar al cambio social. Se aferran al análisis acotado de Bobbio que ve la izquierda solo en base a valores que a la hora de aplicar políticas públicas se tornan difusos, pero dejan en un segundo plano la idea de transformación social. En realidad lo que no asume este pseudo progresismo es la tensión existente entre democracia y capitalismo, sobre todo en un país subdesarrollado como el nuestro.
El radicalismo en sus inicios tomo forma de un gran movimiento democratizador que incluyó a la vida política como ciudadanos a los inmigrantes y a los hijos de los inmigrantes, que eran usados como mano de obra barata, como ejercito de reserva industrial para el capitalismo naciente.
Entre el capitalismo que proponía su explotación extrema y la democracia, elegimos la democracia.
Hoy necesitamos una nueva ola democratizadora, que lleve el poder del pueblo a lo económico, social y cultural. Que tenga como base la predistribución de la riqueza, la creación de un área de economía social, políticas sociales universales y una revolución educativa.
Porque como dice Raúl Alfonsín no hay verdadera libertad sin igualdad, ni igualdad sin libertad.
Hegemonía y contra hegemonía en Argentina.
Luego del estallido del 2001 y la reconstrucción de la hegemonía de la clase dominante sobre nuevas bases (cambio del paradigma rentístico financiero por el productivo primario exportador) se hace imprescindible la construcción de una alternativa superadora del actual modelo de acumulación económica y del sistema de dominación política que sostiene el kirchnerismo.
El armado de un bloque contrahegemonico no es tarea fácil, pero partimos con algunas premisas que aprendimos de experiencias pasadas. Que el poder no es una cosa que se toma, sino que es una construcción social. Que esa construcción debe tener algunos rasgos anticipatorios del modelo de organización social que se pretende alcanzar. Que aunque nuestra guía sea el consenso para resolver los problemas, la política nace del conflicto. Que la política no es solo la campaña o acto electoral, porque la disputa por la conciencia colectiva del pueblo se da todos los días. Que la política no es solo acceder al Estado, aunque tampoco se puede prescindir de él, porque es el ámbito donde se condensan las relaciones de fuerza existentes en un momento determinado. El Estado es la Institución central del poder legitimo. Que no existe una única clase o facción de clase que pueda desarrollar el proceso de transformación social que nos proponemos, pero tampoco se puede hacer política en el aire. Se necesita un anclaje social bien claro que acompañe la construcción de una fuerza de opinión y movilización organizada.
Debemos ser capaces de transformar la fragmentación en diversidad. Avanzar en un análisis compartido de los cambios que hubo en la sociedad en los últimos años, que nos ayude a redefinir la agenda estratégica de las izquierdas democráticas. Discutir una estrategia de poder de nuevo tipo que nos transforme en alternativa para gobernar y transformar Argentina.
Esta es nuestra herencia, estos son nuestros sueños, esta es nuestra lucha.
A casi veinte años de la disolución de la Unión Soviética y la derrota electoral sandinista -que marcaron el inicio del repliegue de las fuerzas de cambio social en la región y en el mundo-, podemos sacar algunas conclusiones y perspectivas.
Si bien la hegemonía neoliberal que le sucedió parece haber retrocedido en los últimos años, todavía no se termina de plasmar un nuevo proyecto histórico que juegue en el imaginario colectivo como lo hizo el socialismo, con todas sus variantes (de la mas revolucionaria a la mas reformista). Sabemos que no hubo fin de la historia, ni muerte de de las ideologías; sin embargo nada será como antes, porque los sujetos y la sociedad que pretendemos transformar han cambiado.
Por lo tanto para cualquier análisis de la centro izquierda no se deben pasar por alto estos cambios, y enmarcarlos en una crisis de identidad y de organización de la izquierda en su conjunto.
Lo primero que habría que repensar es si la distinción derecha / izquierda tiene sentido hoy. Son muchas las voces que afirman (incluso desde el pseudo progresismo) que no tiene mas significado, que la gente no piensa en esos términos el voto, ni se alinea así políticamente. Frente a esto hay un pensamiento de Bobbio que dice que cuando alguien le comenta que ya no hay diferencia entre la izquierda y la derecha, él le contesta que aunque no se de cuenta ese es un pensamiento de derecha.
No se puede negar la diferencia de valores que identifican a uno y otro espacio político. La izquierda apuesta a la solidaridad, la derecha al individualismo y la competencia; la izquierda pelea por la libertad, la derecha por el orden; la izquierda busca el pluralismo y la justicia, la derecha la naturalización de un orden injusto. Pero sin duda el valor que más identifica a la izquierda es la igualdad. Igualdad política, pero también igualdad en cuanto al acceso de los recursos sociales, económicos y culturales.
Izquierdas.
Son múltiples las etiquetas que existen para definirse dentro de este amplio espacio político. Por ello es que sería más correcto hablar de “izquierdas” en plural.
Tenemos a lo progresistas, nacionales y populares, socialdemócratas, centroizquierdistas, revolucionarios, reformistas, etc.; cada uno con su modelo de construcción de un nuevo orden social, con sus referencias históricas (soviética, maoísta, guevarista, etc.), su vía de acceso al poder (guerrilla urbana o rural, insurrección de masas, vía electoral, etc.), un sujeto histórico y análisis de correlación de clases pertinente.
A esta izquierda más tradicional, se le suma como resultado del balance de la experiencia de los socialismos reales, el surgimiento de una nueva izquierda vinculada a los movimientos sociales que defienden o afirman los derechos e identidades de minorías; actuando y combinando el espacio local, nacional y global. Tiene su expresión en nuevos desarrollos teóricos de nuevas y viejas discusiones en los que se destacan autores como Hart, Negri, Holloway, Zizek, Badiu, Rancier, Laclau, etc.
Paralelo a esto se registró un corrimiento de los partidos populares tradicionales latinoamericanos y los identificados con la socialdemocracia europea hacia el centro.
Comentario aparte merece la ola de gobiernos latinoamericanos que si bien son difíciles de etiquetar por su heterogeneidad y contradicciones, podríamos llamarlos “no neoliberales”, que han mostrado en mayor o menor medida su voluntad de mejorar los índices sociales, sin embargo todavía ese parece un hueso muy duro de roer.
Capitalismo Vs. Democracia.
La izquierda se ha incorporado a las reglas de juego democráticas en el mundo, valorando la democracia formal. Pero hay quienes creen que el precio que tenemos que pagar por ello es el de renunciar al cambio social. Se aferran al análisis acotado de Bobbio que ve la izquierda solo en base a valores que a la hora de aplicar políticas públicas se tornan difusos, pero dejan en un segundo plano la idea de transformación social. En realidad lo que no asume este pseudo progresismo es la tensión existente entre democracia y capitalismo, sobre todo en un país subdesarrollado como el nuestro.
El radicalismo en sus inicios tomo forma de un gran movimiento democratizador que incluyó a la vida política como ciudadanos a los inmigrantes y a los hijos de los inmigrantes, que eran usados como mano de obra barata, como ejercito de reserva industrial para el capitalismo naciente.
Entre el capitalismo que proponía su explotación extrema y la democracia, elegimos la democracia.
Hoy necesitamos una nueva ola democratizadora, que lleve el poder del pueblo a lo económico, social y cultural. Que tenga como base la predistribución de la riqueza, la creación de un área de economía social, políticas sociales universales y una revolución educativa.
Porque como dice Raúl Alfonsín no hay verdadera libertad sin igualdad, ni igualdad sin libertad.
Hegemonía y contra hegemonía en Argentina.
Luego del estallido del 2001 y la reconstrucción de la hegemonía de la clase dominante sobre nuevas bases (cambio del paradigma rentístico financiero por el productivo primario exportador) se hace imprescindible la construcción de una alternativa superadora del actual modelo de acumulación económica y del sistema de dominación política que sostiene el kirchnerismo.
El armado de un bloque contrahegemonico no es tarea fácil, pero partimos con algunas premisas que aprendimos de experiencias pasadas. Que el poder no es una cosa que se toma, sino que es una construcción social. Que esa construcción debe tener algunos rasgos anticipatorios del modelo de organización social que se pretende alcanzar. Que aunque nuestra guía sea el consenso para resolver los problemas, la política nace del conflicto. Que la política no es solo la campaña o acto electoral, porque la disputa por la conciencia colectiva del pueblo se da todos los días. Que la política no es solo acceder al Estado, aunque tampoco se puede prescindir de él, porque es el ámbito donde se condensan las relaciones de fuerza existentes en un momento determinado. El Estado es la Institución central del poder legitimo. Que no existe una única clase o facción de clase que pueda desarrollar el proceso de transformación social que nos proponemos, pero tampoco se puede hacer política en el aire. Se necesita un anclaje social bien claro que acompañe la construcción de una fuerza de opinión y movilización organizada.
Debemos ser capaces de transformar la fragmentación en diversidad. Avanzar en un análisis compartido de los cambios que hubo en la sociedad en los últimos años, que nos ayude a redefinir la agenda estratégica de las izquierdas democráticas. Discutir una estrategia de poder de nuevo tipo que nos transforme en alternativa para gobernar y transformar Argentina.
Esta es nuestra herencia, estos son nuestros sueños, esta es nuestra lucha.
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